Anatomía de un Asesinato, Otto Preminger, 1959.

(Publicado en S.O.S. Cultura, junio-2008. España acababa de ganar la Eurocopa, de ahí el símil futboleRo.)

La sabiduría del director austríaco trazó la alineación ideal. Por eso es una de las mejores películas de juicios de todos los tiempos. Anatomía de un Asesinato es obra de un equipo en el que cada jugador, sea actor, fotógrafo, guionista o músico, sabe y quiere dar lo mejor de sí y además en la medida exacta, de modo que el trabajo de todos emulsiona sobre la pantalla de manera homogénea. Y con Otto Preminger diseñando las estrategias del juego, la película no podía ser otra cosa que lo que es: un trofeo universal y eterno del cine.

El tosco, inteligente y realista director judío, gestado y parido en el teatro de Viena antes de embarcarse hacia los Estados Unidos adonde llegó, como Billy Wilder o Peter Lorre, huyendo del nazismo ,y que como nadie supo quebrantar la férrea, absurda e hipócrita censura de su nuevo país, es autor de obras magistrales como El Hombre del Brazo de Oro (1955), Buenos Días, Tristeza (1958), Exodo (1960), Tempestad sobre Washington (1962) o El Factor Humano (1980). Aquí firma una cinta que te atrapa desde el primer momento, impidiéndote a ratos ni un fugaz pestañeo, tal es el in crescendo que impregna al desarrollo del filme. Esta es una de esas películas en las que, para quien no domina el idioma, la recomendación de ver la cinta dos veces seguidas, la primera con subtítulos y la segunda sin ellos, se convierte en exigencia o necesidad. Qué gran placer, una vez conocido el guión, los diálogos, volver a darle al play y poder zambullirnos en la pantalla, disfrutando de los detalles en cada jugada.

Por ejemplo, disfrutar de las interpretaciones. Embobarnos con el trabajo de cada uno de los actores, dar hacia atrás con el mando varias veces en cualquier escena para dedicarnos en cada pasada a uno de ellos, espléndidos todos. Decir que James Stewart está formidable es una perogrullada, porque cuándo no lo está. Pero aquí el actor con cara de bonachón y andares desgarbados ha alcanzado ya una madurez y una templanza actoral que le permiten alejarse de cualquier recurso fácil, realizando un trabajo tan fuera de lo común que a veces no necesitaría ni ser asistido por sus frases. En cada ataque, en cada plano, se supera. Y sus compañeros de equipación no se quedan atrás.

Arthur O´Connell pertenece a ese club de tanta solera y tanta categoría que habita en Hollywood cuya cantera arroja un impresionante aluvión de estrellas: el de los actores secundarios. No pudo seleccionar Preminger a mejor compañero para Stewart. Ambos comparten escenas a las que con su buen hacer convierten en piezas únicas de duelo interpretativo, como la de la llamada en la que aceptan el caso o la maravillosa y cargada de ternura, humor y complicidad, en la que se comen un huevo duro.

De esa misma cantera salió la extraordinaria actriz Eve Arden, siempre en nuestro recuerdo como la paciente, cautivadora e irónica directora del instituto Rydell en Grease. En Anatomía de un Asesinato realiza una composición minuciosa de su personaje: una mujer eficiente, inteligente, discreta, generosa. Una mujer buena, en definitiva, y enamorada en silencio según se desprende de algún gesto que siempre es sutil, nada evidente o típico que nos provoque compasión; muy al contrario, el personaje que elabora la actriz produce en nosotros un efecto bien distinto, el de admiración.

Quien sí produce compasión es la chica algo descerebrada interpretada con enorme soltura por Lee Remick. La protagonista de Días de Vino y Rosas tiene una cara y unos registros que ensamblan suavemente con ese tipo de mujer sufrida e infeliz a la que te entran ganas de llevar a casa y cuidar con mucho amor. Como siempre, la rubia se sale. Y el moreno. Ben Gazzara, el actor fetiche de John Cassavetes, con esas facciones de boxeador que tiene contrarrestadas por una mirada de catedrático de Harvard, es único en recrear para sus personajes (lo mismo aquí que cuarenta años después en, por ejemplo, Buffalo´66, de Vincent Gallo), un universo interior acotado por un inquietante hermetismo que nos mantiene en vilo, y así nos pasamos toda la película sin saber si debemos quererle o tenerle un miedo profundo.

Mucho más transparente es el brillante y engreído fiscal interpretado por George C. Scott. Este animal adorado por la cámara podría, por su cara, ser en la pantalla más malvado que Robert Mitchum en La Noche del Cazador, pero se lo impiden sus ojos a lo Richard Dreyfuss, pues delatan que aún pervive en su interior el bondadoso niño que una vez fue. Uno de los mejores actores de la Historia, sin duda, con una carrera llena de joyas cinematográficas, fue varias veces nominado al Oscar y siempre rechazó participar en ese circo con un sencillo: «No, gracias». Cuando se lo dieron por Patton, en 1970, fue la primera vez que esto ocurría, se había quedado en casa viendo un partido de hockey. Luego siguió su ejemplo Marlon Brando, cuando rehusó acudir a la gala y recoger su estatuilla por El Padrino dos años más tarde. Históricas también las ausencias de Woody Allen, quien prefería quedarse tocando el clarinete en Nueva York.

El sabio y honesto Preminger, en una ingeniosa carambola de casting, coloca en la butaca del juez a Joseph N. Welch, importante jurista en la vida real. Fue la manera en que el director criticó y «se vengó» de esa página negra de EE.UU. que fue la caza de brujas, pues Welch fue quien puso contra las cuerdas al malvado McCarthy en un histórico debate televisado en los primeros 50, cuando le hizo la célebre pregunta que pasó a la posteridad: “¿Es que no tiene usted sentido de la decencia, senador?”. A partir de ahí, vendría la caída de este político canalla y mezquino.

Todos ellos trabajando delante de la cámara del maestro Sam Leavitt, colaborador habitual de Preminger y de otros directores como G. Cukor (Ha nacido una estrella, 1954), H. Hataway (Seven Thieves, 1960), J. Lee Thompson (El cabo del terror, 1962) o S. Kramer (Adivina quién viene a cenar, 1967). Leavitt compone bellísimas fotografías en cada plano, iluminando y silueteando a los actores prodigiosamente sobre un contrastado blanco y negro al que no falta ninguna tonalidad de la gama de grises.

Y todo ello a su vez bañado y mecido en las elegantes piezas de uno de los compositores de mayor talla del siglo XX, Duke Ellington, cuya música refuerza cada emoción a lo largo de la cinta: la tensión, la sensualidad, la risa. Y, como es propio en él, de manera tan exquisita que más de una vez me he sorprendido con los ojos cerrados escuchando a su potente trompetista, a su compacta big band, a sus solos de piano. En un divertido guiño, Preminger obsequia al aristócrata Ellington con un cameo y le sienta al piano a Stewart, gran aficionado al jazz y a las teclas en su vida privada, en una de las escenas que se desarrollan en el garito de mi vida: una panda de negros tocando jazz y la pista abarrotada de gente bailando (¿puede alguien explicarme por qué hoy hay que “disfrutar” del jazz sin poder moverte de una butaca, sin bailar ni casi hablar? ¡Ni beber ni fumar!).

Un equipo imbatible que avanza firme a las órdenes de su capitán. El guionista Wendell Mayes, sobre una novela de Robert Traver, firma un trabajo milimétrico y sin fisuras, supervisado por expertos en leyes, que no deja ningún cabo suelto a pesar de las sorpresas y vueltas de tuerca con las que se va tejiendo la trama, resolviendo ese puzzle aparentemente sencillo que nos plantea quien cierra este once titular, el defensor de la portería Saul Bass, en la que sin duda es una de las mejores secuencias de crédito de la Cinematografía. Este genio neoyorkino criado en el Bronx es el más espectacular artista comercial (hoy sería diseñador gráfico) que ha dado el cine, tanto hay que decir de él, tanto le amo, que no voy a tener más remedio que regalarle la próxima crónica.

En cuanto al género judicial, en el podio goleador del universo puRple están, junto a Anatomía de un Asesinato, Matar a un Ruiseñor (Robert Mulligan, 1962) y Testigo de Cargo (Billy Wilder, 1957). Pero como en este universo aburre un poco el fútbol, cambiamos el balón por las cartas y sumamos a este trío de ases Doce Hombres sin Piedad (Sidney Lumet, 1957). Y tenemos póker. Con La Costilla de Adán (George Cukor, 1949), repóker. De campeooones.

Ficha Técnica de Anatomy of a Murder

NacionalidadEEUU
Año1959
DirectorOtto Preminger.
ActoresJames Stewart, Lee Remick, Ben Gazzara, Arthur O´Connell, George C. Scott, Eve Arden, Joseph N. Welch, Kathryn Grant.
GuiónWendell Mayes.
MúsicaDuke Ellington.
FotografíaSam Leavitt. Blanco y negro.
Duración160 minutos.
ProducciónColumbia Pictures.